Desde hace unos días empezaron las esperadas vacaciones de agosto. Ya en el llano, y luego de las visitas de rigor, me dispongo a descansar. Un chinchorro, unos torditos que suenan en algún punto del jardín, una brisita que intenta refrescar la tarde; creo que no necesito nada más. Unos veinte minutos después entro a la casa, busco algún quehacer: la merienda, un libro, una conversación. Me conecto para compartir algunas fotos con mis amigos. No, misión fallida. La conexión de Internet en lo que los caraqueños insisten en llamar el interior del país es malísima. Si creías que Caracas tenía problemas de velocidad o ancho de banda, paséate por cualquier ciudad pequeña o pueblo para que sepas qué significa desconectarse. Saco el dispositivo, reinicio la máquina, conectar, nada. Apaga, prende, mueve la computadora más hacia la ventana, nada. Suspiro y desisto. Recuerdo además que con los que tengo que hablar más a menudo viven aquí, y los amigos que quieran hablar conmigo pues seguro me llaman o me escriben luego. Vuelvo al frente de la casa, al chinchorro y con el pie derecho me balanceo suavemente, las vacas no dan Wi-Fi por estos lares, ya los torditos me lo habían dicho pero yo no les hice caso.
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Hola Isabel felices vacaciones y bueno a veces es chevere vivir unos días como el naufrago =). saludos.
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