No estoy segura. Cuando
tenía unos diez años jugaba a escribir, escribía en mi diario, cuentos, poemas,
lo que me pasaba y dejaba de pasar. Y al igual que en las películas empezaba
cada página con un “querido diario”. Los cuentos tenían portada, ficha
bibliográfica al final, dibujos. Después abandoné el diario y pasé a los
cuadernos, supongo que las portadas de princesas Disney ya no eran tan
atractivas.
Entonces ya no jugaba a escribir, ahora era el teatro. Rayoneaba las hojas de mis libretas con
emociones adolescentes: amor, rabia, frustración, ganas de salvar el mundo un
día y ganas de que me tragara la tierra al día siguiente. Escribía en inglés
para guardar mis palabras de las miradas ajenas, o por lo menos yo las sentía
más seguras así. Pero entregaba entradas a la función privada de mis cuadernos
a pocos y selectos amigos. Todavía tengo esos cuadernos por ahí, debajo de la
cama, debajo de cajas de zapatos, debajo del polvo de “ser grande”.
Y ahora que soy grande ¿por qué escribo? debo aclarar que considero a los escritores miembros
de un círculo selecto de personas. Mejores personas. Un estado zen o un nivel
de espiritualidad diferente. Cómo usted
lo quiera llamar. Y quiero ser parte de ese club. Ya veo varias cejas que se alzan con mi comentario; no todos los escritores son buenas personas, eso lo sé; aunque sí creo que al momento de la creación artística el escritor deja de ser quien es y se convierte en todos los escritores a la vez, se convierte en sus personajes y en sus historias, se convierte en una mejor persona.
También debo mencionar que escribo porque quiero
que me lean. Porque ignoro a la vergüenza que me toca el hombro, ella me dice que lo que escribo no sirve, que nadie lo leerá, yo la ignoro y sigo escribiendo, porque tengo que intentarlo al menos. Escribo para mí y secretamente para otros.
Escribo mis intentos de pertenecer al club tan selecto que ya he mencionado. Creo que después de todo sí estoy
segura de por qué escribo.
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